Aconteció que en días sucesivos las ventanas quedaron cerradas, las calles permanecieron desiertas, ningún negocio abrió sus puertas, los días se hicieron largos y velados, de invierno lloroso en las ramas despojadas de los árboles.
Tampoco había actividad en los bancos, los negocios, los grandes almacenes, los pequeños establecimientos comerciales, las farmacias, los kioscos.
Había anclado la soledad. En la soledad hueca se miraba a sí misma, la realidad huída por obra de su espíritu.
Releyó viejos libros, evocó vestigios, se adormeció en el recuerdo de los amores pasados.
Las imágenes, como en el cine, le devolvieron figuras en el parque, rientes, saciadas de esperanza.
Las noches se sucedían con ciertos sueños insípidos, más otros como cuchillos de tiempos vividos.
No hallaba descanso.
Una noche penetró en la casa el forastero.
Empezaron a compartir. La cena con vasos de vino de cristal donde la luz jugaba historias.
Las manos ansiosas, temerosas de piel.
Las voces, lejanas, prontas a evadir la soledad acostumbrada.
Las fugas y los regresos.
Ella le contó de las brujas que a su alrededor organizaban danzas de voces hirientes, ironías de compasión. De los rituales de espiar su interior, para divulgar secretos dormidos. De las voces encerradas en ojos maliciosos pobreajenasinremedio…
Otro día le habló del vikingo, alto, nudoso, en una barca en medio del océano de paz. De la felicidad de sentirse amada por un desconocido inmortalizado en los pliegues de la memoria no vivida. Imagen luminosa.
Le explicó del dolor profundo: de los huesos y la carne y de los sentidos.
Él podía escuchar y transformar.
A veces creía oír otra vez la vorágine más allá de los visillos. Cortinas mecidas por el viento. Gajos secos en los vidrios. Olores. Sonidos de transeúntes y de automóviles.
Una vez llegó su madre con un termo de caldo.
Otra vez su hermana con un jugo de naranjas. Fresco. Dulce.
Su amiga con la mano suave, liviana, sobre la frente ardorosa.
Pasó un fragmento de vida.
Los contornos reconocibles en lo difuso eran ambulancias, aparatos extraños donde yacía en el abandono de exámenes.
En ese ciclo, cierta vez, entró en un ambiente aséptico, inmersa en el abandono; un lugar frío y metálico donde se movían visiones difusas, pasos acolchados, máscaras, una luz intensa.
Un hombre se inclinaba sobre ella. Por momentos lograba verlo, pero debía cerrar los ojos por la fluorescencia que cegaba. Se escuchaban ruidos. En algún lugar refaccionaban una habitación. Caían herramientas, unas tenues, como cuchillos, otras como una maza sobre el ladrillo.
Nada de miedo. Nada. Un país sin tiempo.
- Lo que debe haber dolido eso, los huesitos estaban hechos polvo.
- Lo que debe haber dolido eso, los huesitos estaban hechos polvo.
El cirujano le hacía voltear el brazo, y podía.
- No girés la cabeza. La herida interna cierra sola, llevará un tiempo
En la cama de la derecha una jovencita miraba con extrañeza el cuerpo descarnado.
Los mismos u otros, comenzaron a desfilar para ver la resurrección.
Al tiempo la calle recuperó color.
A veces, en días deshabitados, extraña al forastero.
- No girés la cabeza. La herida interna cierra sola, llevará un tiempo
En la cama de la derecha una jovencita miraba con extrañeza el cuerpo descarnado.
Los mismos u otros, comenzaron a desfilar para ver la resurrección.
Al tiempo la calle recuperó color.
A veces, en días deshabitados, extraña al forastero.
Conoce que hay huellas que se borran, pero bifurcan los andares.
isa bertero
Imagen en:
http://0.tqn.com/d/arthistory/1/7/U/p/bem_aic_09_08.jpg
Es como si yo también lo hubiese vivido, escuché muchas veces esa historia pero nunca como ahora... Increíble el relato! Te quiero mucho mamita!
ResponderEliminarEs como un pequeño thriller psicológico, lo que pasa que escrito tiene más peso que narrado oralmente. Besote
ResponderEliminarQué bueno Isabel, los cristales a veces juegan historias como esta, encantadora! Un abrazo.
ResponderEliminarMuchas gracias!De regreso el abrazo...Hacen tanto bien
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